Enseñando a contactar con los ancestros


En esta semana estamos celebrando el día de todos los muertos, el Samhain, una de las festividades más importantes para muchos porque pueden disfrazarse y aparentar por un día que no son ellos mismos. Claro que también eso se podría hacer en el carnaval o en cualquier otra ocasión, pero el Samhain tiene un cierto encanto que no pasa desapercibido. A veces es miedo, a veces es respeto, a veces es cualquier otra cosa. Y es que vemos en repetidas ocasiones cómo el velo entre los mundos se levanta independientemente de la cultura, del país, del hemisferio. Cómo es posible que Samhain y Beltane estén sucediendo al mismo tiempo. Ese es otro de los encantos de esta fecha: el recuerdo del ciclo constante de vida y muerte. Ambos en paralelo, ambos dándose las manos al mismo tiempo. Porque sin vida no hay muerte, y tenemos que morir para reencontrarnos con los que ya partieron y renacer de nuevo junto a los que amamos.

Con el decursar de los años el Samhain ha sido para mi objeto de varias experiencias diversas. No, no soy medium, no me comunico con espíritus. Pero la belleza de estos días radica en que muchas veces solo tenemos que cerrar los ojos para sentirlos ahí junto a nosotros. No solamente a nuestros muertos los sentimos, sino a aquellos con los que aún no nos hemos encontrado en esta vida, o a los que encontraremos en las vidas siguientes. Frente a la posibilidad de no poder tener hijos, pues hubo esa posibilidad, mi primer Samhain pensado como ritual y en lo solitario de mis primeras vivencias espirituales, fue la puerta la entrada para una visita inesperada: la de mis hijos. Estuvieron a mi lado mientras cerraba los ojos, acogiéndolos a mi lado, recibiéndolos, ganando por primera vez conciencia de que nuestras almas estaban conectadas para estar juntas más allá de esta vida. Sabiendo que si no nos encontrábamos físicamente, podía acudir a ellos en la noche del velo tenue, y en la esperanza de que en la próxima vida iríamos a estar juntos.

El segundo Samhain más importante en mi vida fue a raíz de la pérdida de nuestro segundo hijo que aún no nacía. Sin entrar en detalles dolorosos de lo que sucedió, fue mi primer contacto con la muerte de un amor que estaba por conocer, pero que ya sentía como mío sin dudas. Ese año vino a mi, y este año también. Lo vi crecido, lo vi pleno, lo vi feliz. Claro que el dolor fue para los que nos quedamos atrás, en el ansia de poder conocernos y vivir juntos este camino. Pero él estaba con los míos, con mis ancestros, con sus ancestros. Supe que nos veríamos de nuevo. No tengo prisa en que suceda, tengo mis otros hijos que me necesitan aún en este plano. Pero aguardo su visita anual para enviarle todo el amor que tengo por él.

Este año Samhain ha sido especial. Por primera vez mi hijo mayor tomó conciencia de la fiesta y hemos celebrado juntos como nunca antes. Decoramos la casa juntos, coloreamos calaveras, hicimos dulces tradicionales. En la noche preparamos juntos comidas de los abuelos, que a su vez aprendieron de sus abuelos, en recetas de generaciones. La conciencia de la ancestría comenzó poco a poco a aparecer en este vaivén de relaciones, en esta comunicación sin palabras pero con todo el sentido del mundo. No se cansó de preguntarme cuándo venían sus amigos a la fiesta y yo no supe cómo decirle que sus amigos iban a venir, pero no aquellos que el pensaba y no a la hora que él quería. Esa noche le visitó su bisabuela materna, le besó en la frente, le dejó una luz encendida a él y a su nuevo hermanito.

Samhain es la mejor altura del año porque significa reconocimiento de un legado que no muere cuando nuestros seres queridos se van a su camino más allá del velo. Samhain significa respeto hacian la herencia que recibimos y amor infinito y sin barreras, amor transcendental.

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